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-¡
Sebas! Diría la mujer dando un meneo al marido. -¿No
oyes como llueve? Ya no podremos sembrar más trigo.
-¿Qué
dices, mujer? Añadió el marido, desperezándose.
– ¡sí esta agua nos viene
de perlas!. Moleremos, pues no queda casi harina para amasar. Pon los
torreznos y el caizo de leche para almorzar.
Cada barrio de los siete que había en el valle tenía un molino y el
derecho para moler estaba dividido en partes enteras (el día entero),
medias (medio día, tocase de noche como de día), un cuarto (seis horas de
día o de noche).
Por lo
general, cada vecino tenía media suerte (medio día). Tenía
que bajar el río de crecida para poder moler.El
derecho para moler se echaba a suertes.
-Nos
ha tocado de noche, mujer, y bien sabes que si no fuese por la necesidad,
no moleríamos. Acuérdate de lo de las niñas y eso que era de día.
Y
empezaron a recordar:
Estaban apurados con la siembra de trigo y era un día de sol radiante. Por
las peñas se descolgaba la nieve que arriba en la sierra lo cubría todo y
bajo los rayos del sol ésta se deshacía haciendo crecer el río.
-¡Maruchi!
Diría la madre, -Vete al molino con tu hermana, aparta la harina de la
arqueta para que no se ciegue y ponla en el costal.
Pobrecitas ellas...
Ya
habían echado la harina al saco e iban a salir por la puerta cuando
pensaron que era más acertado atar el saco, ya que se podía ladear y caer
otra vez a la arqueta.
Al
mismo tiempo vieron a “Fieri”, el perro que estaba con ellas, con sus
patas sobre la tolva, en actitud de escucha
De
repente, escucharon un ruido espantoso.
La
puerta quedó tapada y el tejado amenazaba con caer encima de las dos niñas
y el perro. Se acurrucaron debajo de una ventana pequeña que estaba al
otro extremo de la puerta y justo encima del río.
-¡AUXILIOOO..!
Gritó Maruchi, mientras Luisiña lloraba a moco tendido y el pobre Fieri
aullaba lastimosamente. Nadie las podía oír; las casas quedaban bastante
arriba y las gentes sembraban con prisa voceando a sus yuntas.
Se
cansaron de llorar y el perro callaba. De repente, el perro empezó a
ladrar como si alguien se acercara, entonces las niñas empezaron a gritar.
Era Tachu, un vecino del barrio, que buscaba sus cabras, era joven y buen
mozo. Poniéndose debajo de la ventana, entre zarzas y con un soporte de
grandes piedras, primero rescató al perro y luego a las niñas.
La
harina quedó allí y el molino medio aplastado por un corrimiento de tierra
de las fincas de arriba.
A la
mañana siguiente, domingo, a la salida de misa, el suceso de Maruchi,
Luisiña y su perro era el tema de conversación de todos los vecinos.
Isabel
Reigadas
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